Creo que muchos compartiréis mi opinión, siempre es más interesante abrir puertas que, en apariencia, están cerradas que no explorar aquellas que tenemos abiertas y transitadas. Algo así me pasó con mi afición a las rosas. Siempre me habían gustado, pero hasta que no pasó un tiempo no fui capaz de constatar la existencia de un rico pasado 
rosalístico, una verdadera tradición, hoy casi perdida, generada en torno a esta carismática flor.
Mi primer contacto con nuestras variedades más cercanas viene de muy antiguo. Siempre cultivó mi abuela una rosa popular tiempo hace, y todavía aún 
archiconocida y buque insignia de una marca hoy desaparecida, Marquesa de 
Urquijo. Cuando oímos 
Camprubí inmediatamente nos acude a la mente Pilar 
Landecho.
Posteriormente, gracias a la intervención de una 
forera pétrea de I
nfojardín, el año pasado por estas fechas me dirigí a un vivero sito en 
Sant Just Desvern, llamado 
Isart. Disponían de cantidad de híbridos de té de producidos por 
Dot tanto de sus variedades como de otras clásicas a nivel internacional. Entre ese pequeño mar de rosales ordinarios aparecieron 
pequeñas joyas desconocidas por mí, aparentemente miniaturas, que no dudé en llevarme. Sus nombres, 
Glòria de 
Sant Just i 
Colometa Padrosa. Pregunté por estos rosales al encargado del vivero y me comentó que eran hibridaciones de un aficionado de 
Sant Just Desvern.
Luego, investigué con las escasas referencias que tenía en el gran 
Help Me 
Find, que de tanta ayuda nos resulta. Con esos nombres poca cosa encontré, pero buscando por 
hibridador pude corroborar la existencia de 
Padrosa. A partir de ese momento pude asociar el nombre de 
Padrosa a 
Sant Just Desvern. De hecho, indagando más, en otra base de datos de aficionados, en este caso de patrimonio artístico catalán, pude ver imágenes y descripción de Can 
Padrosa.
Hasta aquí he intentado ser objetivo al máximo, pero creo que ya ha llegado el punto en el cual puedo empezar a elucubrar. Podemos trazar un triángulo mágico en el valle bajo del río 
Llobregat, actualmente el 
triángulo de las 
bermudas rosalístico, porque no queda ni huella ni rastro, que yo sepa, de la vinculación entre estas flores y esta tierra, que ha sucumbido a la especulación urbanística. La zona "rosa" abarcaría varios pueblos, hoy ciudades, que antaño fueron lugares de descanso para la 
burgesía industrial barcelonesa. Es normal que en estos lugares, al mismo tiempo que se construían magníficas villas, se encargara el 
ajardinamiento de sus extensos dominios a jardineros y 
viveristas. Por poner un ejemplo, el padre de 
Pere Dot era jardinero en la mansión de la Marquesa de 
Castellbell en 
Sant Feliu de 
Llobregat. Poco a poco, entre esta selecta clientela aparecía la necesidad de tener novedades propias para sus jardines. Así surgió una afortunada especialización y sana competencia entre los diferentes 
viveristas. !!!Cómo no echar de menos una época en que llegó a haber semejante oferta de grandes rosas!!!